La evolución de los comercios en Gran Vía

De Alcalá a la red de San Luis.

La Gran Vía, al hacer desaparecer muchas calles pequeñas del antiguo centro de Madrid, también vino a sustituir unas formas de vida y, cómo no, de actividad comercial. No faltó la polémica entre los partidarios de la nueva avenida y los que deseaban conservar las estrechas y retorcidas calles que hasta entonces existían. Son dos concepciones, dos mundos sociales que se enfrentaron.
A partir de la segunda década del presente siglo, la Gran Vía vino a representar la versión madrileña de lo que podemos llamar calle-escaparate, que se había desarrollado en otros países europeos en la segunda mitad del siglo XIX, al calor de las transformaciones en los métodos comerciales, que daban mayor importancia a la conquista del cliente a través de un escaparate grande y atractivo. Se pueden citar los ejemplos de la Rue de la Paix, en París; Regents Street en Londres y Leipzigerstrasse en Berlín, o la Galleria Vittorio Emmannuelle, en Milán. En los años veinte destacaron, sobre todo las joyerías, las camiserías de lujo, los tapiceros, los comerciantes de seda y modistos en general.
En el caso de Madrid, la apertura de esta nueva avenida, en el centro de la ciudad, significó un paso más en el progresivo desplazamiento hasta el Nordeste, que se había ido operando en la localización del principal núcleo comercial, desde la Plaza Mayor, Concepción Jerónima, Atocha, etc., hasta alcanzar la Puerta del Sol, Montera, Carrera de San Jerónimo y el primer trozo de Alcalá. Aparece así un nuevo espacio de gran interés comercial, sobre todo en lo que se refiere al comercio de lujo.
La Guerra Civil, que trastornó toda la vida española, alteró también naturalmente, la vida comercial en la Gran Vía. En este tramo, bastantes establecimientos permanecieron abiertos durante la Guerra y alguno ha conservado los impactos de metralla en la fachada.
La mayoría de los testimonios coinciden en señalar la época de 1940-1960 como la de mayor auge de este primer tramo de la Gran Vía, especializado en el comercio de lujo, pudiéndose situar en la década de los sesenta el comienzo de su declive. Después de la Guerra, los dos primeros tramos de la Gran Vía (desde Alcalá a la Plaza del Callao) son el principal punto de atracción por su abundancia en cines, cafeterías, etc., y se constituye en el paseo de moda en el centro de Madrid. Esta animación continuó atrayendo a los mejores establecimientos, que a través de sus escaparates competían por captar la atención del público. Otro factor importante en el desarrollo comercial de la Gran Vía es el turismo, sobre todo el internacional. No obstante, el oscurecimiento de este tramo es hoy notorio y ha perdido parte del esplendor que poseía hace cuarenta años.

De la Red de San Luis a la Plaza de Callao.

Considerado como el mejor tramo de la nueva Gran Vía, la Avenida Pi i Margall se diferenciaba por su mayor anchura con respecto al primero y por su llanura con respecto a aquel y al tercero. De hecho, este tramo no tiene pendiente y será dos años después de la conclusión del pavimento (1922) cuando se la dote de alumbrado público.
Probablemente, fue esta vía una de las más importantes de su tiempo, no sólo por su situación, sino por las perspectivas de construcción que sobre ella se planearon : la suntuosidad de sus edificios, la anchura de sus aceras y el propósito de verla levantada como un lugar de comunicación, recreo, comercio y esparcimiento. Sin embargo, aunque estos proyectos no vieron jamás la luz, pueden ser significativos del espíritu comercial con el que fueron diseñados.
Su ubicación en el centro, su cercanía a la Puerta del Sol y, sobre todo, la apertura de la estación de Metro de la Gran Vía correspondiente a la Línea 1, se constituyeron como acicates del continuo trasiego que acompañó a la calle desde el momento mismo de su inauguración. Precisamente lo concurrido de la zona, junto con ese afán comercial a semejanza de las principales capitales europeas, propició su elección como lugar idóneo para establecer los primeros grandes almacenes de la ciudad.
Aparte de los grandes almacenes, este tramo de la Gran Vía se caracterizó, en los años veinte, por la presencia de dos tipos de comercio : el de las compañías de seguros, que adquieren, además, en propiedad, la mayor parte de los edificios, y los establecimientos de maquinaria, si bien estos últimos desaparecerán de la geografía de la calle a medida que la ciudad experimentaba una expansión.
De lleno ya en los años treinta, apareció uno de los fenómenos más representativos de esta calle. En enero de 1934, y a pesar del fracaso de algunos grandes almacenes de la vía, quedó constituido un nuevo proyecto comercial : el SEPU o Sociedad Española de Precios Únicos, que basó su éxito en la venta de un surtido de artículos reducido, de fácil manejo, susceptible de venderse en grandes cantidades y con un precio de venta al público al alcance de prácticamente todos los bolsillos.
En los años cuarenta, el tramo continuo consolidándose comercialmente, gracias sobre todo al rejuvenecimiento de gran parte de sus tiendas, que modificaron su aspecto y sus técnicas para adecuarse al mercado de la posguerra. Tanto es así, que los años cincuenta y sesenta fueron los del gran esplendor para el comercio de la Gran Vía, debido en buena parte, como ya explicamos antes, al turismo que se asienta en los hoteles de la zona.
En la época del llamado desarrollismo, en el decenio de los sesenta del siglo XX, cuando España comienza a dar los primeros pasos por la senda de la sociedad de consumo, la Gran Vía fue uno de los puntos nodales del crecimiento y prosperidad de los grandes almacenes. En los alrededores de la plaza del Callao se ubicaron los dos símbolos emblemáticos de la sociedad de consumo: Galerías Preciados y El Corte Inglés. En la actualidad, este tramo mantiene todo lo que entonces tuvo de espíritu comercial y continua constituyendo una de las principales avenidas de la capital.

De la plaza de Callao a la Plaza de España.

Ya hemos indicado más arriba que la urbanización de esta sección fue la de mayor complejidad, como lo demuestra el que se comenzara a construir durante la dictadura de Primo de Rivera, y no se concluyera hasta el final de la Guerra Civil. Esto provoca que, incluso, se generaran listas de espera entre comerciantes ávidos de conseguir los permisos necesarios para establecerse y abrir sus negocios.
Destacaron en estos primeros momentos los comercios de tejidos y, especialmente, el gremio de libreros con la Sociedad General Española de Librería, acompañados de las primeras agencias de viajes y nuevos locales dedicados a la maquinaria y a automóviles, sin olvidar el aumento paulatino y silencioso de cafés, bares, restaurantes y tertulias.
La Guerra Civil provocó un parón estrepitoso de la actividad de la zona, nada extraño si tenemos en cuenta que fue ésta una de las áreas consideradas de guerra por su proximidad al frente, lo que obligó incluso a algunos comerciantes a tapiar los escaparates de sus establecimientos.
La posguerra trajo consigo el incremento de los edificios circundantes, que ocupaba una clientela de alto poder adquisitivo, proveniente, en general, de aquellos países con los que España todavía mantenía relaciones. De esa forma se entiende el auge y la prosperidad del sector hotelero durante los años de la autarquía.
Para finalizar, y considerando la Gran Vía, no como un elemento autónomo y aislado, sino como un ente de vida propia, se puede constatar un desplazamiento del interés comercial, como si la aparición sucesiva de los tramos invitara a los anteriores a mantener con éstos cierta rivalidad por el negocio. Así mismo, la consolidación como punto comercial de la Gran Vía, se ha revelado en el eslabón que ha facilitado el desarrollo de otras zonas. Un ejemplo de ello es la calle de la Princesa, si bien el fomento de estas otras áreas ha repercutido inevitablemente en perjuicio de la propia Gran Vía.
El paso del tiempo, su ubicación y su belleza hacen de ella uno de los lugares más frecuentados por los madrileños y por visitantes que se asoman a nuestra capital, Madrid.
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